
Volvía a mi casa disfrutando del clima primaveral. Por la misma vereda un tipo joven me mira fijo y sonriente. Se detiene. Yo hago el amague de seguir.
- ¿Juan Pablo? – pregunta dudando.
- Sí. – respondo, y doy dos pasos atrás para no hablar de espaldas.
- ¿Cómo andás loco? ¡Tanto tiempo! ¿Todo bien?
- ¡Todo bien! – ni idea quién era.
Hablamos del clima, me preguntó por mi familia, y yo por la de él. Cada vez me comprometía más el hecho de no haberle dicho “disculpame, pero no me acuerdo de vos”. Hasta que sucedió lo que tenía que suceder…
- ¿Seguís teniendo aquel perro medio pulgoso?
Chan, chan… Momento tenso.
- Pa… sabés que no, que nunca tuve un perro.
- Aahh.
(Silencio)
- ¿Sos Juan Pablo Apellido-complejo-que-no-retuve?
- No.
- No fuiste a Las Teresas. – ya estaba seguro de su error.
- No.
- Te debo haber confundido por la barba.
- Típico, me pasa pila de veces. (Terrible mentira).
Siguió caminando. No sé su nombre, pero su hermana trabaja en La Española, su madre “anda bien” y su padre “laburando, como siempre”. Sus cosas “bien, ahí tirando, como todo el mundo”.