
Empezaron a perseguirme. Siempre estaban ahí, en todos lados. Incluso invadieron mi intimidad y los vi en la ducha varias veces. Poco podía hacer, desnudo e indefenso.
Aquel día me miré al espejo y lo admití. Estaban ahí porque es mi destino. Todos ellos juntos, sin orden aparente pero siguiendo el orden del destino. Todos en grupo, pero al mismo tiempo solitarios, como si vinieran de a uno. Todos morochos.
Desde hace unas semanas los veo. Son pelos. Mis pelos.
Me estoy quedando pelado.